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Los indios Hopis (indios americanos de Arizona) usaban la palabra Tiyoweh para definir la quietud de sus corazones cuando conseguían silenciar la mente. Patricia, una chica menuda y de enormes ojos azules, se inspiró en ellos para poner nombre a un refugio hecho a su medida en pleno centro de Madrid.

Antes de entrar a Tiyoweh, no me queda claro si es más restaurante o más tetería. Veo el menú del día: crema de calabaza, ragú de verduras y mijo y polenta, más bebida y postre. 10 euros. Es un restaurante vegetariano. “La felicidad es el viaje, no el destino” es la primera frase que leo al abrir la puerta, escrita en una pizarra bajo una campana y al lado de una pequeña fuente de agua. El local es amplio, de techos altos y con varias alturas. Suena jazz alegre. Recorro el lugar antes de sentarme a comer, cada rincón está lleno de vida y color: una escalera de mano con plantas en sus peldaños, anuncios de talleres de cocina y clases de yoga, un cocinero altísimo con un gorro verde abombado, una tienda de plantas medicinales y remedios naturales al fondo, una reunión de amigos que probablemente relatan anécdotas de la carrera, gente sola leyendo y parejas almorzando, una carta con treinta mil variedades de té e infusiones, un comedor con mesas y sillas de distintas formas y tamaños -todas de madera-, una planta subterránea con tres espacios, lugares de meditación, budas de piedra, velas, peces de colores, zonas de lectura, mantas, un piano, libros, un gong. No es un restaurante vegetariano, es mucho más.

 La inquietud de encontrar la quietud fue lo que llevó a Patricia a abrir este refugio en pleno centro de Madrid

Patricia, que hoy sirve ella sola a todo el comedor, se presenta y me da la bienvenida con una sonrisa reposada y un dulce tono de voz. Hace lo mismo con cada cliente que entra, desde Nuria y su perro, ya habituales, a una turista asiática con cara de haberse perdido. A mitad de almuerzo, se sienta delante de mí para contarme la historia de Tiyoweh. “Yo trabajaba como directora en el Banco Santander. Después me cambié de empresa dentro del sector financiero y trabajé y viajé y viajé y trabajé hasta que un día necesité parar y hacer terapia. De ahí, me puse a aprender reflexología, fitoterapia y empecé a trabajar como terapeuta. Y con la inquietud de encontrar la quietud, decidí abrir Tiyoweh”.

Empieza a granizar fuera. Dentro, el jazz alegre deja paso al piano melancólico de Yann Tiersen. Un cartel anuncia que hoy por la tarde habrá un taller de pizza vegetariana. Felicito a Arnaud, el cocinero belga, por su buen hacer. Patricia trae un pudding casero de higos que entra directo al top ten de los mejores postres que he probado nunca. Me señala la campana que pende sobre la fuente. “Solemos tocar esa campana una vez al día, no importa a la hora que sea, e invitar a todos los que están a parar lo que estén haciendo y quedarnos unos segundos en silencio, sentir la quietud. Aquí mismo, en Madrid, hay tanto ruido, información, marketing, gente vendiendo, gente comprando. Los escenarios son golosos y es fácil entrar en el circo de no ser uno mismo. Tiyoweh nace para compartir lo que somos. La vida no tiene mucho sentido sin compartir.”

 

 

 

Después de leer un rato para reposar la comida, me dispongo a dejar este bosque encantado y salir a la jungla de asfalto. Me despido de Patricia y Arnaud y es entonces cuando ella me explica la historia de los hopis. Me pongo el abrigo y salgo a la calle. Sigue granizando, llego tarde, los coches que pasan a toda pastilla sobre los charcos salpican sin piedad, cláxones de autobús, silbatos de policías, caos urbano. No me importa, no hay inquietud. Gracias, Tiyoweh. Gracias, indios Hopis.

 

Detalles




  • Dirección: C/ San Pedro, 22.
  • Horario: M-X 10:30-20:30 J-S 10:30-00:00 D 10:30-18:30
  • Teléfono: 910 22 24 46
  • Tipo: Espacio multidisciplinar
  • Web: www.tiyoweh.es