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Bru Romero

Cuando hablamos de los clásicos, hablamos de apego a la tradición, de amor por la materia prima, de pasión por experimentar y de chefs que más allá de querer alcanzar la fama, pretenden que el cliente logre vivir una experiencia que les resulte imborrable. Cuando cruzamos las puertas de Santceloni sabemos que algo así va a pasar y, sinceramente, no podemos esperar más para contártelo.

Hablar de Santceloni es quitarse el sombrero antes de comenzar y es que no todos los días puedes tener la oportunidad de sentarte a la mesa de un dos estrellas Michelin. Santi Santamaría lo legó y Óscar Velasco se encarga de mantenerlo en el Olimpo de los restaurantes por los que vale la pena morir (babeando). Una aventura que comenzó en 2001 y que 18 años después se sigue escribiendo manteniendo el hilo argumental que le permitió situarse como referente en la capital. Un restaurante que, situado en el hotel Hesperia Madrid tiene en el sabor del producto su baza estrella y en las manos de Velasco y su equipo, las manos que hacen posible el milagro.

Para los más curiosos, hay una opción de cena y cocina taller en la que poder probar tapas fuera del menú

Abel Valverde en sala y David Robledo a los vinos permiten que la interacción sea tal que el cliente se sienta como en casa. Un simple hecho del que se enorgullecen mientras platos como los lomos de bonito curados en sal y almendra tierna, la crema fría de guisantes con menta, los ravioli de ricota ahumada con caviar Petrossian, la lubina con rollitos de verdura y papada de cerdo, los fideos de calamar y curry, el pez San pedro con panceta ahumada y parmesano o la paloma torcaz asada al momento con berenjena blanca y ajo negro vuelan sobre la mesa y nos hacen caer en la cuenta de que el viaje gastronómico es real y que pocas veces conseguiremos rozar el cielo con los dedos por muchas ganas que le pongamos.

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