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El surrealismo ha vuelto en forma de viaje histórico-gastronómico-teatral a la vecina ciudad francesa de Narbona. La que fuera en el 118 a.C. la primera colonia romana fuera de Italia, se convierte hoy en nuestro escenario de culto, donde dar rienda suelta al hedonismo, evadirse del vertiginoso devenir urbanita y dejar que la perplejidad haga acto de presencia. La fórmula es sencilla y eficaz: bajar varios cambios de marcha y dedicarse un día a disfrutar de mundanos placeres de la vida como comer, beber, contemplar, reírse y descansar. No penséis que nos hemos vuelto locos y que el viaje ha sido astral en vez de real. Este apetitoso kit, que incluye ‘bacanal de lujo en sitio insólito’, está a tiro de piedra y sin resentir mucho tu bolsillo.

La que fuera en el 118 a.C. la primera colonia romana fuera de Italia, se convierte hoy en nuestro escenario de culto, donde dar rienda suelta al hedonismo

Para empezar a lo grande, dos buenas noticias: tan solo dos horas separan Barcelona de Narbona, y no tendrás que coger tu coche y pelearte con el Gps. El viaje hasta allí se puede hacer en Renfe-SNCF, un extremadamente cómodo y veloz tren donde relajarte y disfrutar de unas vistas envidiables, como las marismas que atraviesa y nos dan la bienvenida. Una vez allí, descubrirás con júbilo que Narbona no es una pequeña y cuidada ciudad francesa más. Cuenta con una excelsa historia de 2.500 años que, efectivamente, ha quedado reflejada en sus calles, rincones, puente, canal, monumentos -con mención especial a su inusitada catedral– y varios museos. Ideal para todos los que disfrutan, además de pasear, de alimentar la cabeza con unas clases extra de historia. Todo está impoluto, el ambiente y el clima son amables, y se nota un ritmo tranquilo de pequeña ciudad provinciana. Hasta aquí todo en orden. PLAN MONUMENTAL 2009

Un ex-jugador de rugby, clon de Mickey Rourke, amante de la gastronomía, tiene unos de los bares más famosos del condado

Sin embargo, después de tanto paseo y monumento, uno comienza a preguntarse: «¿Dónde estará todo ese sorprendente surrealismo narbonense escondido?». Además, tu cuerpo ya clama caprichoso al aperitivo y a la juerga, en forma de exagerado desfallecimiento de media mañana. Pues bien, una de las bondades culinarias y divertimentos de Narbona reside, ni más ni menos, que en su mercado principal. Allí uno se topa con un animado submundo que se deja ir a la buena vida del comercio y el bebercio, pero también asistiendo a un espectáculo digno de estudio. Un jugador de rugby retirado, extraño clon de Mickey Rourke y amante de la gastronomía, tiene allí dentro unos de los bares más famosos del condado. Merece la pena probar exquisiteces como un steak tartar de carne de caballo -para llorar de la emoción-; o, mientras te tomas uno de sus rosados de producción propia, flipar en colores con sus ‘pedidos’ a diferentes puestos de comida del mercado vía megáfono, y su posterior ‘recepción’ a través de milimétricos lanzamientos que capta con una precisión deslumbrante. Un lugar perfecto para abrir boca con la comida, pero también del asombro.

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El paso por el mercado te deja con una grata sensación de cuerpo y alma pero, sobre todo, supone la antesala ideal para enfrentarte al gran secreto escondido de la ciudad: Les Grands Buffets -ahora vuestras caras son la viva imagen de la perplejidad y lo sabemos, pero no os alarméis antes de tiempo y vayamos por partes-. Decimos ‘secreto’ y ‘escondido’ porque este restaurante se encuentra en las afueras de Narbona, en un paraje nada seductor, metido dentro de un centro de ocio y deportivo, con una incomprensible pirámide en la entrada que emula la del Louvre. Al llegar allí es cierto que se te cae el alma a los pies, y sientes como si te hubiesen pegado un bofetón al tiempo que se ríen en tu cara. Sin embargo, en ese momento aplaudes el vino rosado que previamente te tomaste en el mercado, que consigue desatar tu sentido del humor y convertir ese esperpento en una obra kitsch digna de estudio (sí, ya llevamos dos tesis en Narbona). Cuando los efectos embriagadores comienzan a desaparecer, entras en el susodicho centro y de repente ¡Voilà! Te encuentras dentro de una enrome alucinación extravagante al más puro estilo años ’30, con todo lujo de detalles, luz y color y, sobre todo, muchísima y variada comida exquisitamente presentada. ¡Ah! Y una báscula para pesarte… Bienvenidos al Les Grand Buffets.

Si Willy Wonka hubiese montado un bufet en vez de una fábrica de chocolate sería Les Grands Buffete sin duda

Se trata de uno de los bufets más grandes de Europa (cuenta con diferentes salones, terraza exterior con jardín y capacidad para 500 comensales) y en él se puede llevar a cabo un amplio recorrido culinario por la tradición gastronómica francesa, degustando productos de primerísima calidad, acompañados de una selección de vinos espectacular -que puedes probar en su totalidad por copas- y de la mayor variedad de quesos que existe en todo el país, 70 para ser exactos. Todo a priori excelente, sin embargo, la principal razón que convierte a Les Grands Buffets en un restaurante para ir, por lo menos una vez en la vida, es la experiencia casi teatral que uno puede vivir allí. Para que os hagáis una idea más clara, si Willy Wonka hubiese montado un bufet en vez de una fábrica de chocolate sería sin duda alguna Les Grands Buffete. Y de hecho, como en la fábula, también cuenta con ideólogo extravagante como mentor del proyecto, Louis Privat. Un personaje daliniano, que trabaja para que allí no falte de nada, todo esté cuidado al detalle y se busque la excelencia y la innovación siempre. Así que, la primera lanza que tiramos a favor de este insólito restaurante es que, pese a la imagen deplorable que todos tenemos de los bufets libres, éste lleva 25 años siendo la gran excepción y resistiendo sin inmutarse el paso del tiempo y el cambio de tendencias gastronómicas. Algo que le viene dado, por un lado, por la excentricidad del proyecto en sí mismo, que consigue que te sientas como un gran burgués de principios de siglo; y por el otro, por tener dos grandes valores añadidos: puedes comer hasta el hartazgo y más allá, y tan solo cuesta 32,90 €.

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El broche final a todo este embolado es la siesta en el tren de vuelta a Barcelona, con la barriga llena de exquisiteces

 

La travesía culinaria toca las clásicas teclas de la gastronomía francesa. Desde La Mer donde dejarse seducir por las ostras de Gruissan, los mejillones, langostinos, bocinas, salmón ahumado y demás delicatesen especiales con productos del mar; hasta La Rostissérie, un asador panorámico donde se cocinan los platos al momento y al gusto del comensal, ofreciendo desde entrecots, tournedo, costillas, magret de pato, bogavante a una amplia variedad de tortillas; pasando el hit de Les Grands Buffete, La Fromage, con la mayor variedad de quesos que uno se puede encontrar en Europa; y finalizando en La Pastissérie, que presenta los grandes clásicos de la pastelería francesa elaborados diariamente -más de 100 variedades- y acompañados de una fuente de chocolate. A todo esto, se suman al elenco de platos cocinados como guisos, verduras, carnes y pescado y el gran buffet de foie gras.

Entre tanta comida, nuestra más sincera recomendación es tomárselo con mucha calma, no atabalarse entre tanta opción y disfrutar del festín al ritmo pausado francés. De este inteligente modo, conseguirás que la jornada no acabe en tragicomedia barroca. Una buena idea para distraerse es no perder detalle en la colección de obras que hay por todas partes (¡hasta en la cocina!), otra de las grandes perlas de su alma máter, gran aficionado al mundo del arte. Como broche final a todo este embolado, la siesta en el tren de vuelta a Barcelona, con la barriga llena de exquisiteces, se erige como cierre perfecto y es de un placer extremo.