By

Nunca sabes dónde vas a acabar un sábado sin mucho plan. Por casualidades de la vida, apareces en La Latina con españoles que viven en Lima. Y encuentras el lugar perfecto para reencauzar el día: La Taberna Errante.

“Con un barril de ron, un queso de bola y la enseña de una taberna puedes montar tu negocio dónde quiera que vayas”. Jop, una de las dueñas del local, parafrasea la novela del escritor inglés G. K. Chesterton que dio nombre al bar-restaurante que regenta junto a Elena, la cocinera. Jop, la encargada de ‘todo lo demás’, explica que éste es un proyecto que se ha ido mudando de barrio sin miramientos. Empezó quince años atrás siendo ‘La taberna del norte’ en Conde Duque, para después viajar a Antón Martín y finalmente rebautizarse en los confines de La Latina, siguiendo las enseñanzas del sabio Chesterton.

Se definen como «taberneras anarquistas» y defienden la comida casera de mercado según temporada y el concepto familiar.

“Somos taberneras anarquistas, llevamos suficiente tiempo en el negocio como para hacer las cosas a nuestra manera, pero el concepto es muy familiar. Hay clientes que vienen tres veces por semana a comer la ensaladilla rusa de Elena. Tiene un ingrediente secreto, como todo lo que es casero”. Su cocina se basa en la tradición española con un puntito de innovación y otro de fusión, especialmente asiático y sudamericano. “Cambiamos la carta cuatro veces al año, defendemos los productos frescos y de temporada y compramos en el mercado del barrio en el que estemos. Luego nunca sabes qué va a funcionar: nos suplicaban que no quitáramos el tartar de aguacate para la carta de otoño y ahora los platos estrella son la oreja a la plancha confitada y los callos.” Pregunto a Jop cuál es la razón de tanto misterio. “La mano del cocinero es la mano que domina el mundo”, responde, sirviendo un chato de vino y una tapa de ensaladilla detrás de la barra.

La Taberna Errante tiene dos espacios: el primero alberga la entrada y la barra, más prestado al canalleo, las tapas o el café, y el segundo es un agradable comedor que dispone de ocho mesas para cenas –entre semana- y también comidas sábado y domingo, dónde probamos un pulpo con puré para llorar del gusto. De postre, una suave y cremosa tarta de limón y otra de chocolate, infalible. Después de la comida, le doy la razón a Jop: ellas reciben y despiden a sus clientes como si fueran familia, como buenas taberneras. De nosotros lo hacen con un chupito de ron con miel que me vuelve a recordar a Chesterton, el barril y la bola de queso. Ojalá nos enteremos de dónde van a errar la próxima vez.

 

Detalles