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Ariana Díaz Celma

Es lo que tiene vivir en Barcelona, cuando menos te lo esperas, la ciudad te regala sorpresas en los lugares más inhóspitos. Es el caso de la Zona Franca, territorio que, a priori, no podríamos tachar de foodie friendly. Pues bien, es en medio de uno de los paisajes menos afortunados de la Ciudad Condal donde se encuentra uno de sus mejores restaurantes. Escasos metros cuadrados y un montón de mesas que no respetan la distancia mínima que entenderíamos como políticamente correcta son el escenario de una cocina de mercado con un buen montón de fieles. La Granja Elena lleva desde 1974 sirviendo platos exquisitos en horarios caprichosos. Abren a las 07:00 para preparar lo que por esta latitud conocemos como ‘esmorzars de forquilla’, para pasar a las comidas y bajar la persiana hasta el día siguiente justo después de servir el último carajillo.

La Granja Elena lleva desde 1974 sirviendo platos exquisitos en horarios caprichosos

El mítico lugar nació como una granja y charcutería a manos de Olga y su fiel hermana Carmen, para más tarde dejar los fogones a cargo del hijo de la primera, Borja. Es él el encargado de dar forma a una cocina muy especial y solicitada, a la que pronto se unirían sus hermanos Guillermo y Patricia.

El día empieza con almuerzos, que se sirven hasta las 13:00 horas, y que cuentan con platos sólo aptos para estómagos entrenados como los huevos fritos con patata y trufa negra, el ‘cap i pota’ con samfaina, los callos a la madrileña o el tartar de solomillo de vaca. A partir de esa hora la carta da un vuelco para servir una exquisita cocina de autor cuyo personal sello se ha expandido vía boca-oreja entre los paladares más experimentados en kilómetros a la redonda. Para que te hagas a la idea, puedes empezar con sus croquetas de carn d’olla (las hacen en todos sitios pero bien en muy pocos), su cecina extra de León con virutas de Idiazabal, los huevos de Calaf con trufa negra o un increíble tartar de tomate con sashimi de vieiras y emulsión (suena bien pero sabe todavía mejor). Puedes seguir con clásicos infalibles con un toque de la casa como las kokotxas de merluza ligadas al pilpil, un meloso galete de atún asado con piquillos y cebolleta confitada o el tartar de langostinos y lluerna con aceite virgen de pistacho. Los más carnívoros también tienen la oportunidad de pegarse un buen banquete en la Granja Elena. Sólo hay que pedir segundos como las manitas en fricandó de ceps con carpaccio de gambas, el foiegras asado entero con crema de apio y fumet de trufas, o el solomillo extra de vaca con foiegras poêle y salsa de Oporto.

Aunque visto lo visto cuesta horrores dejar un hueco para los postres, recomendamos no abandonar la nave hasta que se prueben dulces como la torrija de brioche a la leche merengada y helado de canela o el tubo crujiente de pistachos con mousse de ‘mel i mató’.

Comer en la Granja Elena te costará a partir de 40 euros, a determinar dependiendo de la bodega con el que uno decida acompañar la experiencia. Os adelantamos que si a alguien se le ocurre dejarse caer por la Zona Franca sin reserva previa, tiene todos los números de volver a casa con el rabo entre las piernas. Quien avisa no es traidor.

Detalles




  • Dirección: Passeig Zona Franca 228
  • Horario: L-V 07:00-16:00 ı S 07:00-13:00 ı D Cerrado
  • Teléfono: (+34) 93 332 02 41
  • Tipo: Restaurante
  • Web: http://www.granjaelena.com/