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Ariana Díaz Celma

Sergio Gil es un máster de la gastropología, disciplina de cosecha propia que aúna la antropología social y la gastronomía. Su objetivo es triple -y claro-: patrimonializar lo auténtico, estudiar el espacio bar como eje de socialización y devolver al barrio lo que es del barrio. Con esta fórmula, este tabernero de lo social ha recuperado hitos de la Ciudad Condal como La Llibertària (C/Tallers, 48), La Peninsular (C/ del Mar, 29) o El Colibrí. Este último, un clásico del Raval durante cerca de 40 años, fue la última operación que Gil llevó a cabo cuando el mítico local cerró sus puertas en 2012. Con miedo a que perdiera la esencia que había cosechado a lo largo de los años, recuperó el espacio para gestionarlo hasta 2018, momento en el que la seguridad del barrio se volvió insostenible. No obstante, este crossover entre chef y antropólogo se resistió a bajar la persiana para siempre de El Colibrí y decidió reabrirlo en su querida Barceloneta, contextualizado al 2019, a la zona y -lo más importante- pensado para que lo habiten vecinos, no guiris. Como no, en el Paseo Joan de Borbó, 6, su nueva localización, hace años también había un clásico, el Can Tipa, que sirvió platos al barrio durante más de 30 años.

Entrar en el recién estrenado Colibrí no se siente como algo nuevo, sino que es algo así como colarse en un espacio en el que uno ya ha estado otras tantas veces. Puede que sea por su decoración, recuperada de bares anteriores de Sergio Gil, o porque muchos de los platos que sirve vienen directos de su predecesor en el Raval, aunque se ha adaptado a la zona sumando cuatro arroces, tan propios del barrio marinero que ahora ocupa. ¿Un ejemplo? El Del paseo, con gamba roja de la Barceloneta y calamarcitos de Llotja. En El Colibrí puedes probar tapas bien ejecutadas, honestas y hechas con producto de proximidad -no en vano todos los restaurantes de Gil pertenecen a la organización slow food o de Km 0-. Es posible, pues, probar una Zapatilla de sardina con pan con tomate tostado y alcaparras; su Va de rusa, la versión propia de la mítica ensaladilla; los Mejillones a tu rollo; las Croquetas de pollo con todo; los Huevos con estrella; o la más elaborada Carrillera al Oporto, una tapa súper tradicional que dibujará una sonrisa entre los amantes de los guisos y la carne.

Sergio Gil es un máster de la gastropología, disciplina de cosecha propia que aúna la antropología social y la gastronomía

No falta una buena selección de vinos y vermuts para acompañar los platos de la carta. No obstante, todos los platillos han sido pensados para ser maridados con cerveza. En la entrada, encontramos la Tap Station by San Miguel, que cuenta con seis referencias con recetas inspiradas en distintos puntos cardinales del mundo: la Barcelona (con notas aromáticas de malta), Munich (auténtica lager con malta tostada y aroma de café y caramelo), Brujas (aroma afrutado con notas de lúpulo y cereal), la Dusseldorf (auténtico sabor artesanal) y la Portland (de color dorado con notas florales, herbales y cítricos). Si dudas qué acompañar con qué, pregunta a su staff, puede que termines haciendo una auténtica cata.

Edoardo Piaggi es el maître que terminará de redondear tu experiencia en El Colibrí, lo que Sergio llama un ‘anfitrión flotante’: alguien que presenta y ofrece en sala como se hacía en las tabernas de antaño, con argot popular y del barrio. Es con pequeños detalles como este que un local puede presumir de dar al barrio un espacio para vivir y volver a ser habitable para sus vecinos. De momento, se comenta que ya se ha convertido en la sede social del coro La Salseta. Parece que vamos por el buen camino.

Aunque empeñada en recuperar lo clásico, la gastropología tampoco da la espalda al presente. Conscientes del reto que supone abrir un local sostenible, apuesta por el ahorro energético con el sistema de ventilación Nilan, que permite un mayor nivel de calidad del aire y mejora la experiencia de los clientes refrescando el ambiente con un mayor contenido de oxígeno. Los enemigos del aire acondicionado y su despilfarro encontrarán aquí un auténtico aliado para el bienestar.

Poco más queda por decir de El Colibrí, más allá que se puede comer a partir de 25/30€, dependiendo del hambre y la sed del comensal. Una buena forma de redescubrir la Barceloneta, uno de los barrios con más historia de la ciudad.

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