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Turulato perdido se queda uno tras terminar…, las ¿qué serán, setenta, ochenta páginas a lo sumo? que tiene La máquina se para. Un relato escrito en 1909 por E. M. Forster que, entre otras lindezas es conocido por predecir la invención de internet. Suposiciones hechas a cien años vista. Sí, cien. Lo que viene siendo un siglo. Bastante mindfuck. Da para un buen capítulo de Black Mirror, mejor todavía, para uno de Twilight Zone. Y no es para menos. Darse de bruces con un texto transhumanista mucho antes de la invención de dicha corriente es cualquier cosa menos normal.

Un relato escrito en 1909 por E. M. Forster que, entre otras lindezas es conocido por predecir la invención de internet

Para hacerse una idea, el inventazo que más “sonaba” por aquel entonces era el tocadiscos de moneda. Muy hipster, innegable, pero tecnológicamente íbamos en pañales. De mientras, por lo bajini, una inteligencia de primer orden planteaba distopías de anticipación sobre sucesos que, de un modo u otro, o se han cumplido o parecen acercarse de forma inexorable. El velo del tiempo se ha destapado para mostrarnos a Forster como un acólito techie de Nostradamus en toda regla. Esperemos que haya metido la gamba en algo. No en la forma, sino en el fondo. Menudo panorama nos aguarda de lo contrario. «Ay madresita». Soy agnóstico redomado, pero cruzo los dedos mientras toco madera y me encomiendo a Alá, Visnu y Jesucristo si hace falta.

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No es plan de engañar, lo de que predijo internet es, en parte, el gancho del libro. Y es cierto, pero La máquina se para es más que un par de claims vende-libros de The Guardian y BBC News de su faja promocional. Que nunca están de más, oye. Estos dos gigantes de la comunicación dan empaque. En el precario sector editorial toda argucia es poca por arañar parte del pastel. La verdadera esencia del relato discurre por otros meandros. Es una distopía de anticipación. Pero cuidado ahí, habría que disociar el concepto del homónimo producto comercial vomitado a galeradas, desmembrado en trilogía para gozo y regocijo del teenager con las hormonas a flor de piel. Porque niet. Forster va de otro palo. Destinó los cinco sentidos (y un tercer ojo) en erigir y exponer de forma costumbrista el modelo de sociedad tecnocrática y programadisí-sí-sí-sima hacia la que nos aventuramos, matizo, en la que ya hemos entrado. Sin hacer ruido. De puntillas.

machinestopsTodo este embrollo arranca con exigencias al lector. ¿Exigencias? ¿Al lector? Tócate los mismísimos. Es de tenerlos cuadrados. O quizás no tanto. Teniendo en cuenta que ya de por sí el género de la ciencia ficción no ha gozado del beneplácito del vulgo, sumado a la pasmosa capacidad del autor para proyectar modelos de sociedad a lustros vista, resulta comprensible que a más de uno le reventarse la sesera al leer tales barbaridades. Por esa razón y alguna más, Forster demanda que suspendas tu sentido del humor durante la lectura del relato. Para evitar que la socarronería enturbie tu visión. Ya sabes, aquello de…: —¿Cómo, la tierra redonda? ¡Que inventas!

Fotografía © Kurt Hutton (Kurt Hubschman), 1949

Una vez desnudo de prejuicios, aterido frente a la incertidumbre secular, el autor te manda de un puntapié en el trasero al futuro inminente en el cual la autosatisfacción del yo está a la orden del día. El «lo quiero todo y lo quiero ya» ha pasado de ser un ensueño a una realidad. La Máquina cubre todas tus necesidades. Te ofrece alimento del bueno, te viste a la última y si te apetece te transforma en un cerebrito. Por supuesto te mantiene en contacto permanente con amigos, familia y pareja. Te ofrece fiestuki 24h/365d. Te sirve recuerdos propios y ajenos en bandeja de plata. Todo se registra. De trabajar ni hablemos, si se hace es más bien por inquietud personal.

Sorprende que a día de hoy, poco o nada de lo planteado sea un sinsentido, sino todo lo contrario

Sorprende que a día de hoy, poco o nada de lo planteado sea un sinsentido, sino todo lo contrario. Horroriza leer un tramo del relato en el que sobrevuela un concepto oscuro: ¿Se puede revertir el instinto primario del ser humano? Según Forster sí. Al tenerlo TODO tan a mano puede germinar en nosotros una poderosa sensación de hastío al contacto real con el prójimo. La apatía extrema. El individuo hiper-individualizado. Sedado por el poderoso placebo de La-Máquina-ofrécelo-todo-a-todas-horas-en-tiempo-real. Una religión en si misma que fagocita y supedita al resto.

Está claro que nadie está por la labor de parar el avance tecnológico. En la actualidad son quedas las voces agoreras que claman contra la dependencia tecnológica. Parece ser que nos reporta mayores beneficios. Internet evoluciona adaptándose de forma natural al individuo. ¿Nos aisla eso? ¿Cómo nos afectará?

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El libro acaba de salir en castellano por primera vez, con una traducción impecable del equipo de Ediciones Salmón. Por menos de diez euros merece la pena saber por donde pueden ir los tiros, tanto por consciencia social como si posees una curiosidad malsana.